martes, 29 de noviembre de 2016
La Muralla
En algunos idilios se agitan los dragaminas.
Tù no lo sabes porque marchas al compas de una
ilusiòn encerrada en un iris.
-pero què es una ilusiòn-
Ademàs todo iris es como una gaviota que se manifiesta
sobre aquello que vive de manera contraproducente
entre la tarde.
Asomandose a las brujulas de otros cabellos.
Tomando las andanadas del plastico.
Las llamaradas.
La boca celeste de un piano.
Pero lo ignoras. Entre torres y jabalìes lo ignoras
y tocas la puerta donde vive un esquimal
acompañado de un tropo.
De un conjunto de flautas.
De un supuesto.
De un paìs con ordenes de piel.
Creo yo que todo ello significa la piràmide de
un vientre en la arena.
Pero como no se trata de aquello que deba creer
hay que vivir en un oso.
En el ùnico alimento del peciolo.
En la ùnica soledad de un
màstil con cucharas.
Entre primaveras llenas de paracaidas o especimenes
de vidrio que cruzan el orin de los àngulos.
En el vapor de fiebre con que ciertos objetos en las
lamparas frotan una luz maligna.
Entre equinoccios que manchan de acido los tules
hasta convertir en tendencia ese sonido que en apariencia
surge como un despertar desde una armònica.
Desde una lista de sepia conquistada por
un espejismo.
Una lista de relàmpagos.
Una lista donde las mandarines vuelven a construir
otra muralla.
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