viernes, 26 de noviembre de 2010

Los Griales del Veneno

Debería caminar. Pero mi vacilación es antigua
como una epidemia
como el santuario donde duermen los cartilagos
y yo el prudente
el invasor
el cotejador de penumbras
tiene motivos para hundir este acto
en lo que no se llama, en aquello que labrase
con restos de ignominia. En lo que jamàs
tendrà nombre.


Entre nosotros los invisibles,
hay restos de ceremonias con los árboles
con murallas de estio
con imagenes metafisicas
y eso de la metafísica tiene lugar en los pájaros,
más aún cuando regresan del cielo
semejantes al conversar ebrios de enzimas
con armonías de celos
y abortos.


Pero hoy existo suavemente
sin dormir ni espectar los alambres ni
las botas. Hoy mi remedio no llega
desde los cirujanos ni las esculturas del opio.

Hoy sólo pienso que el poema debería
ser escena de su propio drama
y alejar, alejar al hombre
hacia cautivos dilemas
hacia lógicas representadas
por la lumbre
de un ser arqueológico
y con perdón de la arqueología
espero que algun día
ninguna de mis palabras sea ante mí monumento.

Esa es inteligencia de una ironía.

Mientras tanto hay chimeneas en el limbo
prudencias de eter diluyéndose en el barro
ya que los carbones
eligieron el humo,
mientras tanto la sensibilidad es
un goteo inservible,
un sudor a cuestas
una humedad de viles espectadores
menos viles -por supuesto- que la soledad,
esa escritura de hierbas
sobre sienes.

Recuerdo mi historia
una noche alguien me dijo que los vidrios
eran sólo la aurora de miles de pedazos destruidos
por la pasión
y el deseo.

Después de tantos años.

Comprendo que eso también
era conocimiento.


Guillermo Isaac Paredes Mattos.

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