Blando el comportamiento de los frutos de ocre.
Insinuante el arribo a sus poses marchitas.
Extraños los cielos que no son arrobos
ni el significado del sol bajo un flautista inca,
pleno e idolatra, heraldo y reciproco huerto,
donde aprendieron a buscar otro mar los jardínes.
Temblorosa la ignea perpendicular que hoy oprime
aquello que el amor no abraza ni arroja a lo ardiente
como algun insomnio es arrojado a los brazos de
un espejismo, para que nuestra soledad contemple
su agonía, su postrero resplandor, su etiqueta
de alambre episcopal y lujurioso cartilago,
como aquellos que rondan nuestros brazos
los que hunden su verbar más secreto,
él que nunca llegará a los muelles
aquel que vivirá en la belleza de su furia,
ensimismado, psicologizado, individualmente propicio
al infinito y todos sus simulacros.
Tenue la hojarasca, violento el resplandor
que sigue a nuestra carne como un profugo sigue a
la oscuridad pues alguien le dijo que allí estaba
la noche.
Y con ella, todas las estelas de la furia.
Guillermo Isaac Paredes Mattos
lunes, 15 de noviembre de 2010
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