jueves, 27 de octubre de 2016
Poema
Los pàjaros se alojan en una carta.
Por intuiciòn no seràn los primeros. Por intuiciòn
alguna de sus alas serà celeste, igual como las que lleva
un cometa. Semejante a las que duermen
en las melenas, de un dìa sinoptico y quieto-
En tal ala habrà un castillo verde y en la otra
una estaciòn de ferrocarriles soñando el diluvio.
Algunos epifanìas pensaràn en el apocalipsis, pero
no es lo mismo.
Habràn tambièn balsas de arena. Ambientes de coral
como aquellos que se encuentran entre acuarios una
noche donde los objetos alcanzan finalmente el
lenguaje, las formaciones del agua, el albedrìo de
las imagenes en un trazo de azucar.
Los pàjaros se alojan en una carta.
No es todo lo que ha tenido que suceder para que
se enciendan rendimientos como lo original y lo amarillo.
Tampoco es lo que determina el silencio con que
los equipajes se arrastran por un terreno lleno
de menguantes y astrologìas.
Se han dado tambièn cosas como la luz en esas cartas.
Manifiestos desde las arañas y los cumulos.
Objetos que emergen de sus palabras para unirse
al vuelo de los pàjaros. Se han dado verbos y silabas
que vuelven misteriosas de los alfabetos llenas
de extraños neologismos y formas.
Pero todo neologismo es una forma.
Un barco de contenidos y nucleos. Un rìo lleno
de crateres y la soledad del vidrio que recoge un
hipopotamo en las escamas de una iguana.
Los pàjaros se alojan en una carta.
Pero si se hubieran alojado en el agua dirìase otra cosa
de las palabras que llegan al crepùsculo en aquella.
Y entonces esa carta se llenarìa de tornasoles.
Llena de candelabros amarillos que siguen a los astros.
De candelabros amarillos que despiertan a los peces.
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