sábado, 22 de octubre de 2016

El Lazo Antediluviano






Nadie lo sabe. Las cosas llegan al color de
la nebulosa antes de describir el matiz del eter
en una palabra. 

Todos desconocemos. Todo se derrama en
una luz de plastilina colocada de manera subita
en las paràbolas de un heliotropo.

-algunos sostienen que son paràbolas azules-

Las ciudades que conozco tienen metàforas
como la identidad dentro del sueño y ello es una
inmensa peninsula compuesta de
faroles.

Y luego hay un paisaje. 
Un ejemplo de aceitunas en las dimensiones
de una calle donde el pubis duerme
en los interiores de una luz; en las antorchas 
son imitados el fuego de los carruajes.

Los amuletos giran en las cabañas. 
Pero los amuletos han arrastrado un pico o una botella.
Los amuletos son encrucijadas o grilletes.
Estampas de un pelicano llegando al atardecer de la niebla
en que las constituciones son elevadas por 
los ciudadanos al grado de cota o
desnivel. De relieve o de
fogata.

Todo se ignora. Pero los relojes son dinastìas
que recorren un vaso lleno de medulas entre los
telescopios y en los objetos variopintos
lunares alcanzan
los astros esparcidos en los navìos de los
perdigones.

Y en aquellos adoquines donde la mañana
ofrece una estaciòn de sepia, 
los manantiales son opalos donde se desnuda
el reflejo de la primera constelaciòn en el oceano.

Una que amarra lazos.

Y todos se agitan antediluvianos.











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