Monòlogo de la Naturaleza
A lo sumo, igual que el ente no somos
màs que existencia
No aprendì a vivir entre talismanes
pero crecì entre ellos.
Supe de sus àlabes, como eras de dolor
tomadas por la hipocrecia.
Supe de aquellos presenciando el juego
de la hoguera
cuando las llamas abandonaban el cantar
de sus cuerpos
y no habìa màs vacìo que aquel del yo
respirando en sus venas,
el ontos de su sangre.
Nunca aprendì, el conocimiento es rebelde
debajo de la arena,
se sumerge en las batallas màs profundas
de la tierra.
A hombres de esa naturaleza, nadie puede
pedirles algo.
Y ya que no aprendì, supe que si era herido
tarea de la herida era escribirse.
Cantar de si, si deseaba.
Herirse es estadio de las mismas
acercàndose a ellas
con ese movimiento que llega de
la conciencia mas que
de la lucidez
y como toda lucidez para serlo
debe ser vertiginosa, concluì
que ser conciente de mis heridas
era un convenio gratuito
con seres y entes desconocidos.
Una profecìa descomunalmente hipòcrita.
Creo en los amaneceres, màs que
en el aura del dìa.
Amo los faroles, siempre y cuando
tengan mas derecho que mi corazòn
a dejar un pètalo de fiebre
en el mundo.
Y lo ùnico que he hecho es guardarlos
para mi soledad.
Debo ser una especie de poètico degenerado.
Alguien que vive demasiado en el extasis,
pero que vive
finalmente.
Y puedo hablar de èl como quien le quita
la costra a una herida
y dialòga tristemente
con esa llaga.
Y he muerto, el juego de mis talismanes
puede herir su ciencia
con esa fatalidad que la existencia
no logra reconocer.
La existencia es un melàncolico mundo
antes del agua.
Y he vivido sediento, no conozco manantiales.
Sigo siendo un largo monòlogo que pisa la hierba
cada tarde.
Y lo hace igual que la
naturaleza.
Guillermo Isaac Paredes Mattos.
lunes, 9 de agosto de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario