La Arboleda del Fuego
Cuando un demonio te toma de la mano
arrancàndote el rocìo.
Y traen sus primicias, tropeles raìdos
marejadas en busca dela enfermedad,
uan disputa con el ayer porque sòlo
estaba compuesto de homicidas.
Por ello, celebrabas en tu piel
ese anuncio donde las campanas eran
de barro, edificios de aliento
despertados por la tempestad
iniciados del esoterismo
y el tormento. Navegantes de pies
sin grandeza, manticamente de
polietileno y lluvia,
relente escarcha, que alimentaste
la nieve, junto escafandfras cada noche
para oir en la savia
el canto de la nausea.
En ese reflejo que el mar alarga
y aquieta, tu corazòn crea legañas de frìo
un horizonte sepultado por la reminiscencia
y ese andar de los funerales
domados por la magia.
Mientras el interior conlleva una elegancia
de lugubre perro y chimenea
humareda y latigo anestèsico,
lenguaje de aquel hasta el màs forzado
torpor de lo invisible.
En una llave de sol, sino de alambra
quìmico martir de fè,abominable piràmide
de ruedas.
Junto al lamento y sus cadenas
su pardo gas de efigie
su entrada tirànica al mundo
la pista escarlata, mirada apocalìptica
de mi pose, porque asi tambièn dobla
el hastìo, su duna
enlazada a dios por martinetes.
Cuando te lanzas, renegado y fiel
al parapeto, como un sabotaje de piel
en los poros e ignoras la tentaciòn,
el riesgo y su lactea premeditaciòn,
un atentado inmemorial que para
devorar tuvo un complice, la existencia.
Pero al margen de ese mundo, hubo
otro complice fraguando su corazòn en
los divino.
Nos arranco todo lo que pudo
arrancarnos la existencia.
Y su corazòn tiene el nombre del poema.
Guillermo Paredes mattos
miércoles, 11 de agosto de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario