jueves, 10 de octubre de 2019

Tradición





Por la mañana el río ha tomado un rostro.
Bueno, para decirlo con más exactitud la mirada que
hay en el mismo.
En esa mirada el movimiento -si es constante- pertenece
sólo a los ojos.
Ellos son los que concentranse en las direcciones del espacio.
Ya que el espacio es una superficie y toda superficie
es parte externa de un cuerpo hablamos de limites.
De ángulos.

Por la mañana vuelvo a tomar una manzana.
Ello es como un extraño capítulo.
Un episodio que me aleja por instantes de aquello que soy.
-¿qué es lo que soy?-
Y si empiezo a definir aquello que soy puedo decir que
soy una manzana que heredé del paraíso.
Una que algunos días de mi existencia me recuerda
una historia. Una alegoría en la cual un hombre y una
mujer se alimentan. Tienen sexo diariamente.
Se fermentan.
Comen pan. Defecan y tratan de no dejar
pedazos de excremento en el esfínter.
-como todos tratamos-
Van las bacílicas o devoran la saliva de los otros.
Se sientan en el filo de un cuchillo 
como sólo pueden hacerlo dos seres que aman.
Todo va bien.
Todo va bien -digo- hasta que llegue
-seguramente será así-
una serpiente.
Ellos sin ninguna duda serán por ello bíblicos.
Se halla en todas las hegemonías del anhelo.
Esta es particularmente cristiana.
Igual que en un blbuceo.

Por la mañana.
Edificado por un rol o una cabellera de frío.
Cumpliendo con ese rol en una vereda donde los anuncios
se filtran y los espejismos coinciden con
el vacío.
De un vacío abstracto hablo.
De uno con vocación amarilla.
Inseguro en todas las trayectorias donde parpadea
una colonia de yeso.
Absolutamente ambidiestro como el humo o el 
jadeo de los rehenes en una navío
de linfa.

Hablo de un rehén que fue atado a los mástiles
para poder oír a las sirenas.

Pero ello a diferencia de la manzana.

Pertenece a otra tradición.










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