miércoles, 23 de octubre de 2019

Sobre las Primeras Palabras






Creo que era en el tiempo de las primeras palabras.
Cada una de ellas se elevaba desde las cenizas.
El universo era un ritual de fuego.
Una misteriosa cúpula.
Una encerrada en las entrañas de tu cuerpo.

El viento recopilaba.
Las corrientes en él exhalaban crónicas y parentescos invisibles
en sus céfiros.
Sin conocer el sonido de tu nombre entre la pronunciación 
dormías. El sonido lo oías en sueños.

Creo que era un tiempo de primeras palabras.
El amor era una mitología con racimos de arena en su pecho.
Yo bebía desde hace siglos en ellos.
Desde antes que el corazón y el espíritu fueran colocados
en esta forma.

Los ríos formaban serpientes en su curso.
En realidad eran meandros.
La mirada crea sus propias supersticiones para vivir.
Eso es algo ajeno a nosotros.
La mirada crea una estética totalmente desconocida para nosotros.
Sin embargo es la condición para que la nuestra exista.
Y viceversa.

El tiempo de las primeras palabras.
De los ramas de los árboles desde las cuales se desprendían.
Del movimiento de un velero en la superficie del mar
pero con pelícanos que se confundían en las crestas de espuma
de las olas. En realidad eran sus cómplices.

En realidad el deseo anida en un piano como la esperanza
vibra en esas redenciones que de noche elaboran
solsticios azules. Húsares que llevan una mandarina en la
boca y rozan el idilio de un crepúsculo al
encender sus estandartes milenarios.
Llenos de antepasados como un misterioso cuchillo que
abre la tierra.

Primeras palabras sostenemos en un paraje que describe
la luz y al hacerlo recorre un himno para
mantener en silencio ese periplo del lenguaje por los labios.

Y esas palabras son como un beso.

Un furioso beso que nos lleva a veces a la lucidez.

Pero la mayoría de esas veces nos conduce a la locura.











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