lunes, 30 de septiembre de 2019
Teatro de la Soledad
Con ciertas fosforescencias alguien vuelve a la soledad.
Se piensa que podría ser por el gesto de un martillo
en el aire o la elevación de una cigueña
que iza. No es verdad.
Desde determinadas características.
-la brisa por ejemplo que coloca su lenguaje en las sienes-
Desde precisas instancias con los horizontes.
-la distancia es una de ellas-
De esa manera se regresa a la soledad.
Claro está, la soledad es siempre una estela.
Un reguero.
Un carbón celeste que se derrama como un liquido
en los zaguanes de un nihilismo.
En sus bóvedas.
Después de esa soledad todo es un ignoto castillo.
Un enigma a veces contraproducente.
Un escolio con sentencias marinas para los albatros.
Para los eclipses que propulsan un nombre
o las frecuencias donde una cresta
vibra.
Se agita.
Después de esa diminuta soledad un ignoto verbo.
Puro como una catedral o un soldado.
O los ojos abiertos de los telescopios.
Esos que descubren algo del infinito.
Que de alimentan de legañas.
Que visitan zoológicos de vez en cuando
y ocasionalmente piensan en los maleficios con esa
sonrisa que adquiere entre las sombras
un embrujo.
Uno que mira lleno de conmoción o llega al albedrío
con la coherencia matutina que posee el destello
al alcanzar las algas.
Para luego desfigurarse.
Igual que todas las cosas entre la realidad.
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