martes, 17 de septiembre de 2019

Correspondencia






Por la mañana observé un pájaro.
Detrás del pájaro había un edificio. Luego otro.
Seguidamente una superficie celeste.
Tal superficie se hallaba erguida.
Y el ave se perdió en su cuerpo.

Por la mañana paralelo al racimo y la orgía.
En una botella concebida por el frío en las venas de un navío.
En en los círculos de un ancla, mientras una herida
formaba sus hélices. Hélices roídas por
artrópodos.

Es decir un crustáceo ponía el acento en un
gentilicio con su penumbra mística y las ramas ascendían
en un esquema de iris casi racimo. Casi perpendicular.
Longitud que devora las legañas de un gallinazo
mientras duerme. Mientras duerme, no
cuando incursiona en él el sueño.

O sea una incursión del sueño posee otros adjetivos.
Otros reinos que bajan de la maleza y hunden núcleos de
agua en las sienes. Allí donde son crucificados labios
que arrastran órbitas de arena.
Sucede cuando un pelícano humedece
su escolástica. Acontece en el poder de una 
aurora para describir a si misma 
la forma en que un evento es una dialéctica sílaba.
En una grieta que toma sus espirales de la brisa.

Por la mañana observé un pájaro.
Un pájaro que también me observaba.

Es igual cuando miramos en un abismo.

También ese abismo está mirando dentro de nosotros.









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