viernes, 6 de septiembre de 2019

Incursión Lunar





Así en la orilla el rostro de un ángel que duerme
o vomita. Un ángel que ha memorizado el paraíso.
Lo recuerda encerrado en el corazón de un hombre.
Una prueba de ello es el latido.

En el infinito una libélula que jamás conocerémos
habla del mismo como de una
maldición.
Y no se equivoca.

Los latidos desplazan por la mañana el cuerpo en 
el cual habita ese latido.
Se dirige a una esquina.
En el mismo esperará un autobús.
Su tez amarilla.
Sus ojos como tres astros tomados alguna vez
de una incursión a la luma.
Su iniciación. El anhelo por observar martillos
y ciudades disecadas.
¿Cómo es que podemos movernos en ellas?

El espacio medita o tensa.
El espacio con un exorcismo de pájaro o niebla
junto a mi única linterna encarnizada.
La que conozco.
Aquella con la que desciendo o las cosas
inutilmente se inspiran. Miran un alfil.
Un torreón. Una atalaya con otro tipo de resacas.

En una forma de desembarco los pliegues en la 
orilla muestran un diminuto brillo en sus puntas
La resaca al arrastrarlas profiere que vivirán
sólo un instante.
La creación es ahora una tribuna.
Una logística inútil.

Así en la orilla porque pudo ser en un plano
de brea. En una constitución.
En un aparejo donde la ley desfigura el viraje.
El coloquio sin imaginación de nuestras
entrañas.

En los círculos de un pubis de cisne.







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