Hay puertas que insinuan peciolos
hemisferios de insomnes caidas por la nieve
cuando el invierno confunde su corazón con el rocío.
Es el espíritu de un sueño
recorriendo pergaminos que fueron del veneno
que una noche juntaron espoletas
que divisaron siluetas
antes que la imagen pudiera hacerlo con su escencia.
Hay cristales donde ninguna transparencia
debe a la existencia una palabra
un sonido de metal
una calle de svasticas trazando
el lenguaje mas facil del arte
esa velocidad de miedo camino
de la playa
cuando el mar nos espera
sumergido en las aguas.
Pero dios es subterraneo
igual que la piel, igual que un bosque
poseido por los ecos
por un disturbio hecho de fabricas
de florecimientos que hurgan ruinas
en los humeros, caminantes de sueño
en las entrañas
y los cascabeles anuncian
caravanas podridas en el viento
fermentando una y otra vez su adios en las pupilas
en esa mirada que ofrecemos para nadie
cuando el mundo parece el atomo
que no dará su corazón a la tierra.
Hay puertas, solsticios de uñas
orfebres de papel
mirando en las maderas
y entonces sobre la oscuridad
emergen las frentes
llevando cintas negras de levantes
incendios donde la soledad recuerda sus juguetes
su castillo de niño
su borde rodeado de pubis
y por amor al mar
vuelvo a creer en un barco
en un verso de metal
en una página de sed
en el nombre que seguramente diré
un día
unido al más extraordinario sacrificio.
No lo conozco.
No sé si llegaré a él.
Sólo sé que traza sus raices
entre cisnes de oscuridad.
Guillermo Isaac Paredes Mattos
sábado, 29 de octubre de 2011
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