Cuando el libro de la naturaleza
posea el espíritu de otros ojos.
Y el poema se arrastre ya vacío
entre la persecución y uno de sus sueños
derrame un altavoz
donde vibra el craneo de otro mundo.
Cuando escribir y recordar pertenezcan
a la misma escencia.
Observo. Furtivos espolónes
devoran los ríos.
Vientos de horror parecen esconder la
noche de la oscuridad.
Y entonces, contemplo el día en ella
ese día solitario.
Su temperamento es cerebral, sus visceras.
Me dice, que desde ahora escribirás por dios
porque finalmente queda nada.
Luego, un espejo de huesos lo confirma.
Una carta ancestral que reconozco
en el frío,
en mi cultura del fango.
Cuando todo exhala intelectualidad.
Y hacemos lo único que resta al latido.
Para no ceder a ello.
Guillermo Isaac Paredes Mattos
sábado, 29 de octubre de 2011
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