Con algo tan general como violaceo.
Entre las catapultas de alguna noche rota
por hipotenusas.
Junto al barco manchado de trópicos
y eso tan humano que asciende por los ojos
hasta librar azotes en el mundo,
un ojo de arena.
En estelares libelúlas, donde los altares
disciernen raices de polvo.
Y las aguas escriben del oxigeno errante
de la nieve, aquel que toca sal e invierno.
En lo que concibe.
En la primera sustancia de la creación,
es decir alimentarse de una liendre
y pedirle a la providencia
que la entrene
hasta su llegada a la orilla
ebria como antorcha de veletas colosales
jugando su suerte en las murallas
y los ejemplares.
En las notas invisibles de la desolación,
cuando ésta vibra junto al vertigo
y sus alumnos retratan
el aposento con los astros
de una colina
en el instante que viajan al hidrógeno.
Y todo lo que tenemos que hacer es beber
en una de sus yescas.
Esa es la primera ley para morir
y separarnos.
Guillermo Isaac Paredes Mattos
jueves, 13 de octubre de 2011
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