La palabra es un tiempo. Un cuerpo deforme.
Una estela donde sólo escribiría el recogimiento,
pero no es asi.
El recogimiento es el último lugar donde
despierta el hombre y la escritura.
El espacio es otro maleficio. Camina entre
los ríos porque no nos pertenece.
De la realidad es lo único que podemos
hablar.
De la contradicción y la dialectica.
Tú observas, como una mariposa muere en un acto.
Como el oropel se une a la mosca juntando rocíos
para frenar la violencia.
Y creo -que en ese segundo- volvería de cualquier
lugar, insinuando en mi figura otra volición.
Extraño como los minerales lamería las piedras.
Los juramentos rotos del juego.
Ese patio lleno de carabinas donde solté
mis lunares.
El pedazo tan antiguo del amor que ya no
puedo escribirlo.
Una melodía de cosas aterradoras.
Los trópicos del ópalo apoyándose
en un grabado.
La influencia en nuestro corazón de
las raices de la tierra cuando estamos dormidos.
Mi huerto nostálgico.
Esa antropológica nostalgia, ardiente como
la polvora. Su ser, su ser cuyo aliento
expulsa una sombra de espinas
cubriendo el arte.
Una catedra de polvo donde inauguramos
una conmonción.
La conmoción fundamental de nuestra vida,
la que nos tiene asidos a este insomnio,
a este estruendo.
Por ello hablo de un todavía.
De haber vivido persuadido siempre
de los tejidos.
De haber sellado la sangre de los otros
en mis sienes.
Guillermo Isaac Paredes Mattos
viernes, 14 de octubre de 2011
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