martes, 25 de enero de 2011

Los trances de la Rosa

Hace algunas horas eramos un momento.
Nos encontràbamos segùn el sueño
o encinas de lluvia mojando su oportunidad.

La rosa no tenìa el color de la sangre
y el deseo de ilustrarnos bajo ella
condenaba los tallos al romance
a una cadena de tipo medieval ajusticiada por
la pereza.

Viviamos entre articulaciones.
Nuestro devenir era de medusa y casino.

Dejàbamos atras ciudades, apèndices
veredas de espadas y àlamos.

Arreciabamos en todas las plegarias
con esa vocaciòn de sentencia buscando en
la oraciòn el desmedro del tirabuzòn
la estela cabeceando junto al grillo
donde un juez de intenciones versatiles
era daltònico.

Galaxias y volumenes.

Naipes y asteroides.

Hace una noche lo intacto.

El cadaver allanado por la luz, mostrando
la pubertad del instinto.

Nuestra adolescencia de trueno al formarlo.

Degràdanse rutilantes fojas de eras,
incògnitos fulgores antarticos
llevan entrenando su parsimonia
su persa agitaciòn, su pulso. Una huella
con la promesa que jamàs es dicha
ya que el verbo se desliza màs raudo que
lo humano.

Igual que una rosa de sangre
en los trances.



Guillermo

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