Comprendo la naturaleza de mi sed por un ala.
Por algo inminente o una evidencia
ofreciendo al mar un espacio de mi memoria.
Puedo detenerme en un goteo de soledad
ya que se agita ardiente
como dos manos que llevan una copa
de veneno en sus dedos. Sin embargo, una pócima
que aguarda mi corazón en una alambrada
es la que ha de estremecerme
antes del último animal en mi boca.
Pero no nací para detenerme
Recuerdo a los brujos amarillos de mi infancia
como vagabundos que aún beben mis noches
sin más esperanza que descifrar una manta
un subsidio de velos
un apriorismo como los que clavó en el aire
la providencia
con citas de nubarrones
y puntas de céfiros.
Estoy cerca del universo y he respirado
todos los jardínes del diluvio, los besos
del apocalipsis están agonizando en mi boca,
no buscan la muerte, por ello afirmo
que la agonía es otra forma de encontrar
un sepulcro, un manantial de santuarios
y tuve que entregar una parte de mi alma
al verso para descubrirlo.
No sólo a él.
El verso, es un dirigible quemándose
en el cielo.
Una noche de cartas en la espuma.
En una nube de exóticos mensajeros.
Todos tristes, todos lanzando papeles
al sueño.
Donde serán enterrados por la miseria
de mi memoria.
Guillermo Isaac paredes mattos
martes, 18 de enero de 2011
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