Un amor.
El poema antiguo sobre la tierra.
A diferencia de la tregua, msi muertos son impetuosos
y conjugan un fragor allì
donde la reencarnaciòn abre la soledad espìritual
de una trompeta
de un sentido oceanico, despiadado
entre las serpientes
que arremeten contra una ensenada de grillos
buscando dramas y performances.
Batallas de sonidos.
Una perfecciòn.
El musgo vuelve a ser interior, pertrechado de hilos.
La mariposa de lluvia viaja hacia la redenciòn
como un planeta.
Una costumbre de formas.
Una observatorio donde la escencia
crea un nube
de mànticas volàtiles
incrustandose en la piel
mientras algo en ella
inasible y novato como un ataud
nos canta el drama del crepùsculo.
Làgrimas de agua, sombreanse trigonos.
Dioses y runas, estrellànse contra la aurora
en sus oboes vacìo
los ficus rastrean universos de raices
vìrgenes de guantes abren circunstancias y lùmenes
donde nos identificamos
con los edipos de una botella
con un fruto en demasìa examinado
un fruto que sòlo interpreta mamiferos
como si trataranse de una caida.
El mercenario de mi visicitud
expresa en mis jardìnes
la dimensiòn del antepenùltimo arte.
Mi individualidad sube al craneo
buscando maderas.
Ese amor.
Su peculiaridad irradia un roble que desconocìa
Una calle dorada traumándose ante el purpura.
Despréndense ante èl
un presagio.
Una bandera antes de reconocer un tornado,
la ilusiòn,
la farsa de que se puede caminar todo dìa
con un papel en las manos.
Porque el papel y su canto
nos miran con desprecio
es el acto de su furia
antes de finalmente abandonarnos.
Y entregarnos sòlo a
nosotros.
Porque somos quienes asumen el papel
de su temperatura.
De su atlantica oceanica
despertando astral antes que el
mundo.
Por màs que no nos sirva.
Que no nos espere.
Que estè convencido que nunca
ha de encontrarnos.
Y nosotros tampoco.
Guillermo Isaac paredes Mattos
sábado, 8 de enero de 2011
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