viernes, 30 de agosto de 2019
La Hormiga de Cera
Para escribir hay que tener un horizonte.
Un día en que arrancamos una dimensión al polen.
Una soledad que por lo general es una maldición.
-ninguna soledad es maravillosa-
Un jardín secreto donde confundido en el brillo
lo atroz empieza.
Para escribir recogemos una naturaleza que
el dolor no extingue. Más bien el dolor la vuelve
luminosa. En el mismo nuestras heridas se
reportan al vacío.
Siempre desde esa premisa que sostiene
que contemplar es sólo habitar encantamientos.
Existe -en la escritura- el vuelo de una mariposa.
El trazo cultural de un búho que de noche
desgarra una hormiga de cera.
Los parques.
El viento que tomamos del canto de una mandarina.
La colilla del cigarrillo convirtiéndose en una
raíz luego de ser arrojado a la tierra.
El yelmo con santuarios incandescentes.
El nimbo de fósforo.
Para escribir es necesario un pétalo insomne.
Un latido irracional tensado sólo por la locura.
El viento galopando una y otra vez en el rostro
como si se tratara de otra cuchara
con mandíbulas
o un llamado de encías paralelas a
diarios de eslabones recorriendo las avenidas
con absolutas ceremonias.
Entre maleficios donde los naipes forman
sus envergaduras.
Con la experiencia que sólo parece incrustarse
a la magia.
Esa que entre la realidad profana siempre.
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