lunes, 26 de septiembre de 2016
La Aparición de las Langostas
Alguien ha cubierto la mañana con un oceano de papel.
Alguien escribe de sacrificios mientras el viento
apaga una hoguera.
Una hoguera desatada por
cosas transparentes desde el tiempo de las alegorías
y la aparición de las langostas.
Desde el tiempo en que sólo hablabamos de incrustaciones
y telepatías en las escolleras.
Después de ello la memoria coloca tijeras en las playas.
Lo hace para llegar a simulacros o actos de
luz descubriendose en los prólogos, en los epílogos,
en las luces que desnudan las ramas de un
árbol lejano, donde las mariposas se encadenan
a un gorjeo, a pesar del infinito.
Son mariposas compuestas de yesca y sueños.
Son constelaciones que inundan la cera por minutos.
Fabricaciones de lamparas en la luz de una linterna.
Son ciudades llenas de protocolos entre el jazmín y el aceite.
Son pensamientos de escoltas que se desprenden del
muerdago luego de atravesar una
raíz, un concepto
del habla por la noche cuando las
cosas se oprimen contra si mismas
para alcanzar a los peces
y los corpusculos que han cerrado sus circulos
entre los tornasoles.
Alguien cubre la mañana con un oceano.
No es algo que sea ajeno a la vida de una manzana.
No es un enunciado que posea la proposición
de las abejas en el cosmos
y tampoco el atardecer de un tambor que conoce
la espuma y las redadas
con nombres sombríos durmiendo entre las
catapultas; nombres como el amor o la miseria.
Nombres que escriben de la gravedad en el interior
de una particula.
Dirigiendose silenciosamente a las ultimas corolas
de la hierba.
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