Quisiera una hoja y llegar al final del sueño
cuando la realidad no puede sostenerlo y se pierde entre la nada.
Quisiera un poco menos este corazón y acaso
una ventana de cera dentro de mis ojos,
sentirla derretirse al calor de mi cuerpo
y ante mi vida no quede de lo que me extasió una sola ceniza.
Pero es de noche ante mis pupilas, el aire es humedo y gris
como una campana. He acompañado al angelus en su destino
pero aún es un niño. Pobre, siempre tiene miedo.
Y aunque su temor no se parezca al que llevo,
puedo decir que en este silencio se confiesa otro cielo
que aquí en mi piel muere otro dios, que he partido
y he sido condenado, que mi voluntad toma el rumbo
de lo que no quisiera, pero es el amor quien secreto
y escondido, me sigue mintiendo, engañando, igual
que a los hombres. Sólo el misterio tiene una palabra.
Por ello a veces tiento desde ellas y tomo caminos
que presagio son de piélagos, naves que insondables
cantan desde danzas de alcohol y arena. Desde ellas
habitantes de llama y de gloria. Desde ellas planetas
que otra casa en mis uñas forman. No las conozco,
no he vivido dentro de mi como quisiera.
A cada instante siempre empieza el camino.
Quisiera una puerta para empujar,
pero en estas paredes no se ve ninguna,
sólo hay algulos donde la penumbra me mira
rincones muy altos donde las arañas me esperan,
un ruido que se parece al silencio
y un sueño, que mira mi sangre derretirse
que mira mi latido en cada momento morir,
para poder ceder a otro.
Guillermo Paredes Mattos
lunes, 26 de marzo de 2012
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