Ese alguien.
El otro junto a èl colàndose como un
presentimiento.
Las avenidas elevàndose igual que un rìo
sobre superficies y triàngulos.
La mùsica de un hombre marcado por los astros.
Siempre amè esas columnas.
Esas jirones donde borrascas de alcoholes
oprimen el infinito llenàndolo de pèndulos
con esa manifestaciòn que enciende extrañas creaciones
para mirar dosajes. Una esfera de nervios.
El trance de dios, el que podrìamos llamar sagrado.
Pero eso es imposible.
Por ello lo hacemos.
Y esa contradicciòn une el mar con la tierra
en la mente de un hombre solitario.
Solitario, pero no como la soledad.
Solitario, pero jamàs como el fuego.
Aunque todo en su corazòn arda
como andanadas de yescas.
Guillermo Paredes Mattos
miércoles, 7 de marzo de 2012
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