La rosa y la nieve caminan juntas a la herida
son mástiles de oro donde oprimido
en una andanada,
el purpura yace ahora.
Son labios que esgrimen la última bandera
de una vida,
perdiendo la sed entre alados trebejos
hijos de la maldición y del deseo.
Yo tengo allí mis huestes y allí también mis pasos
nadie vence mi suplicio porque en medio
de un navio está ese mundo,
dimensión que creció hacia los ríos
que juntó papeles dentro del sol,
que arrastró fábricas en medio del mar.
Quién eres tú, Oh noche para escucharme
Quién acarrea el símbolo en medio de tus ojos
cuando has perdido la mirada,
y el sentimiento fulmina el antro donde se forma
el desierto,
la espuma de una perlesía que gira como brújula
de insondable infierno.
Yo no he de llevar mi herencia y la tuya
ha de quebrarse entre sus cristales
aquellos que respiran más allá del siseo y de la brisa,
los que convocan leyendas en cada amanecer
en ese día que une una estepa al trueno
y la centella responde abriendo una orilla,
despedazando un horizonte.
Este es tu imperio hijo de la savia,
de ti es la cresta que brilla en la soledad
y has dejado la ausencia entre las piedras,
para que por sí misma aprenda a crecer
entre los filos,
sacié mi hambre ya de ella.
El unico peso que puedo conducir es el de una vida
huyendo como un bolido desesperado hacia la madrugada
y cuando el sueño,
sólo ese sueño que ha abandonado la eternidad
en el infinito apaga su brillo.
Guillermo Isaac Paredes Mattos.
lunes, 26 de marzo de 2012
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