dada una mántica...
Un perfume tembloroso y frío.
Una proposición que descuelgase del tiempo
como un rito, semejante a un iniciado.
Las espinas suavizando el talento de una herida
mientras abandona al hombre
sólo para volver a él.
La luna sin piedad.
El mar en ella.
Azul y rojo como la noche,
cuantos sarcófagos en su mundo palidecen.
Tantos cadaveres de sal mostrando enhiestos relojes
de otras praderas
del cual nunca avistamos el tiempo.
El cuello del patriarca.
El ojo del talisman
cuando las supersticiones unían montañas.
Los hijos del agua y los suburbios.
Cantos de rosaledas suben por la brisa.
Llevan el perdido espíritu
de una inteligencia
compartiendo en su pulso naves de bronce
fragatas de símbolos.Los límites. Las calles.
Pirámides de naufragios vuelven a
arrancarme el aliento.
El eco de una perla en el horizonte como
algo que puedo llamar eternidad.
Y bajo la sacudidad del amanecer
mi única estrella me regresa a
un conocimiento milenario
El mismo dice que un poema es
el pensamiento más pequeño.
Y el pensamiento sólo uno
más grande.
Guillermo Isaac Paredes Mattos
viernes, 8 de octubre de 2010
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