Los Verdes adagios
Semejante a un vidrio, el oceano se desprende
antiguo y cano, como un anciano verde
arrastràndose en las piedras.
Junto a un dìa de arena embarrado de juicios
dentro de otoños,
balbuceando banderas.
Caballeros de fuego ondean,
unidos a figuras que inundan el paisaje
donde una estela
animaba al tiempo igual como
un asesino ante la vida.
Gesticulabanse purpuras entre vocablos,
maniàtico el astro que doraba en ellos
aquellas estellas insinuadas por un silo.
Abreviaturas lanzadas a una nociòn
de espejismos, el entretiempo
de esa palabra indòmita.
Un jardìn en la espuma.
La orilla donde los peces disecan
el rumbo del amor
y este se descompone hasta contemplar
su hechizo.
Esa roja supersticiòn de
adamantio.
Donde mi esperanza colapsa
una y otra vez para acariciar un sueño.
Y un sueño es sòlo el misterio
de una poètica agonìa
buscando en ese momento la
inspiraciòn de su inocencia.
II
Son pocos los seres que ascienden con el sol.
Sus nùmeros son extraños, su escribir altisonànte y trueno.
Antiguas sus reliquias, lo màs nocturno en ellas donde la antorcha
abandona su paseo de vidrio por una tibieza.
Son misteriosas sus gruas
intentan inmortalizarse encima de la tierra
cuando algùn amanecer dormiràn para siempre bajo ella.
Es tembloroso su mundo.
Su universo de cada dìa, el ojo
de sus adioses. Capitanìas de participios
han elevado sus murallas sin saber que
en ese proceso conlleva laberintos
de piedra que sòlo la soledad
conoce.
Patrimonios de columnas despiertan su
corazòn en aquel deseo, que no serà para nosotros.
Por ello se dice que hay seres que ascienden con el sol
Que se reencarnan donde los astros
repiten su actitud morada.
Su asterisco donde el bardo llena
de juguetes esa cucharada seca de estridencias
donde el fìn llega a la mirada.
Un fìn con el cual nos alejamos.
Un fìn propio y ajeno de la voluntad. Ante el cual
nada podemos hacer.
Cualquier cosa serìa abrir las metamorfosis
mas poderosas
con las cuales
ese fìn volverìa letal su imperio.
Un imperio en el cual para la humanidad
ya hemos muerto.
Guillermo Paredes Mattos
lunes, 18 de octubre de 2010
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