sábado, 22 de junio de 2019

La Temperatura de la Mariposa






Este cielo es siempre el mismo.
No habrá otro. Irrumpe. Comulga
por la mañana.
Tararea. Insólito o común en
el desliz de un poema.

La noche deduce o se hace lógica.
Igual que algún dorado remordimiento.
Y lo que acabo de decir posee
una estética cristiana.
Profundamente parece que es así.

La playa donde rozo una duna
es concreta. Tiene labios y se ensimisma.
Además sus hilos representan una vereda
donde el sol duerme con una bicicleta
de madera. Esa que un rito a veces
arranca a la imaginación.

-la imaginación no es sólo aquello que
una pantera intuye, pero lo es-

El viento pasa.
No puedo afirmar nada a no ser
que sea consecuencia de una premisa que
mide esperanzas desde mi mismo. 
Según ello beber el agua salada del mar 
es un acto imbuido de toda mi esperanza.
Y creo ser muy semejante a ese mar.

El mar es como la vida en todos sus
aspectos.
Es coherente. Mortal.
Es reciproco como todo aquello denominado
por el alma cuando contempla una herida.
Ideal. Trágico y lleno de repelentes
en el apogeo del verano
cuando en el aire se impulsan
mosquitos y luciérnagas.
Político. Duramente agnóstico.
Boreal bajo las constelaciones que 
no capitulan y llenan los recipientes de este
lugar con crepitaciones extrañas.
No sobrenaturales.

El cielo es siempre el mismo.
Tiene una bujía. Un plato donde llegan
al anhelo determinados epicentros.

Bajo los hombres ocultos en sus ciudades
el cielo medita en los 12 grados celsius
de esta mañana.

Según ello regresamos a un prisma.
No exentos de dilatada desesperación.

Es hora de tomar la temperatura a una
mariposa.










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