miércoles, 12 de junio de 2013

La Emboscda al Infierno







La orquidea es hado.
Un talisman totalmente puede interpretarla.
Tambièn està el oràculo del yelmo.
La analogìa empieza a llenarse de escarpines.

Sueño esa gota descrita por una rafaga.
Tejo el rostro del òpalo, sin saber nada de èl,
la piscina es de girasoles celestes ahora,
sabìa que èste instante se revelarìa
pero la divinidad no me preparo
en èl. Prepararme en èl,
hubiera sido condenarse.

Y al continuar, elevo un muelle sin lados
de crestas, con una vida
a la cual llegarìamos
con un pedazo de higado en una mano.
Y un ave con un gigantesco
pico en la otra.

Irradiamos algo en su espìritu hasta que
lograra rodearnos
y ese halo que nos transporta en cada instante
pudiera iluminarla.
Asi - a veces- se salvan los dioses.

Tulipanes a favor y en contra del viento
separan las hordas en los timpanos,
asombrosamente fue de esa manera que
tuve derecho a profanarlo todo.

Volvì entonces al canto de una maldiciòn.

Un canto que habìa madurado a escondidas
de los trenes.

De las elipsis.

De un grito propio de mi insipido hermetismo.

Borracho de algas, devorador de salvas
y mendigos.

Junto a un norte en que los poros
son la soledad
transparentada por clepsidras.

Y espectaculares caballos.

Los ùnicos capaces de separar fronteras.

Los ùnicos que podìan mostrarles
como se roba una llama de fuego
a los infiernos.



Guillermo Paredes Mattos

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