Allí había un becerro.
Dominaba los espejos y
las iras.
Se levantaba muy temprano para oir
origenes.
Hablaba del amor como una llama
cayendo por la experiencia del fuego.
Imitaba trascendencias y escupia según la
clarinada de la noche.
En una alerta del mundo.
Caminaba sin estilo.
Andrógino de papel y formaciones amarillas
quebró amatistas.
Desnudó al topacio un mediodía
en que los colores respondían a los árboles
y sumían las vertebras de una oración
donde jugaban los vándalos.
Sobre quistes y epopeyas marítimas
sus temporadas derrotaban vencejos
y galopes.
Tiendas de algas inspiradas
por cartilagos y puentes de dudas.
Donde me senté a oir una sombra.
Donde alguna primavera
le arranqué una respuesta
al corazón del aire.
Guillermo Isaac paredes mattos
jueves, 28 de abril de 2011
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