sábado, 16 de abril de 2011

Los Ojos Boreales

Yo tenìa una vela.

No es lo mismo que crecer guìado por
un velo.

No es igual a una antorcha sorprendida
por veranos de gas en el sueño.

Esto ùltimo importa mucho cuando nos escoltan
helices y truenos.

Cuando nòrdicos testamentos bajan con una
esfera inca en la boca.

En ese mundo, todo buscaba su inocencia. Los colores,
el patio de carbòn en la lluvia.

El sitio donde el amor morirìa amenazado por
la venganza del odio.

Ello es milenario. Desde hace siglos el amor
y el odio abandonaron sus barajas entre los hombres.

Y los nùmeros de èstos cumplieron la profecìa.


Tenìa una vela.

Escribìa como un complice.

Entrenaba luces en la oscuridad.

Era semejante al sismo en el sentido de
una nube dotada por percepciones
por jueces floreciendo tal una etiqueta
en la conciencia de la hoguera.

En gremios de alabastros
donde lo insólito construía su nave.

Y entonces, del pàjaro de hordas, nada.

De mi naturaleza, apenas un reflejo
en esta noche
bajo esa inmensidad que no tiene corazòn.

Porque solo asi puede sacrificar sus
ojos boreales.

Igual que el hombre.




Guillermo Isaac paredes mattos

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