miércoles, 14 de julio de 2010

Ciudad Roja

Ciudad Roja
A ti destino, una y otra vez a ti.


Aunque haya una calle para la caida del mar, quedará un sepulcro para morder ese momento con los dedos.

Y de cada estigma volveré a beber, con la ironía de un más en el discurso inasible, el que no puede tocarse. Y es que sin ser alados los cometas caen por el universo sin ningún destino y yo convoco a los ojos antes de que ello suceda.

Temo al mar, tengo miedo de esta luz ahora que no puede iluminarme, lo diré con la diestra para que lo sepa mi zurda, mis entrañas se iluminan en el eter.

Y el eter conjura malabarismos de barro, su diálogo es azul como el horizonte de una mano esculpiendo en la araña, porque ella no sólo teje telas. Ay, esos vándalos que apenas pueden rozar la nieve, pero jamás involucrarse en ella. Esos pájaros que tienen miedo del aire porque en él maestría de otra dimensión es sostenerse.

Aunque hayan colores que escriban del metal mi diálogo será siempre una fortuna, el mito de horóscopos en el médano y la escollera del hilo disparando carceles, lunas de metal, un elixir de fuego en mi lecho, ese que puede concebirme sin que la inspiración lo sepa.

Y de cada reliquia tomaré el invierno de la copla, el aceite del viento sobre la cascara del petróleo y ese sonido inconexo en los parpados de un río, donde aún me miran los espejos del sueño.

Por más que un tridente lleve el temple de los bosques y en mi cuello no haga sino la única palabra para la garganta esa que rebota eternamente entre paredes de carne, la verdadera, aquella que no puede decir jamás mi nombre ni el de nadie.

Aunque resista, estaré quieto en el agua para que el devenir sea un roce, mi calabozo es de cera, sólo mi sangre puede derretirlo.

Pasión tu que urdes pasajes como las tinieblas, dime como hace la sombra para conquistar este albur, para tomar mis zapatos y creer que son suyas mis caminatas, hasta ese adagio sin más ni espuma, donde el sol es el candelabro de todas mis historias.

Pero duermo en el origen de una presencia derramandose entre los árboles, mis noches son en realidad mis días y mis oidos son templos donde leales vigilantes no dejar pasar otros sonidos.

Ambar de montes que se arrastran de la noche a la marea, si hay un equinoccio está hecho en este instante de papeles y el mundo puede terminarse, tomar el signo de la extinción para empezar turbado, en la conmoción de un tren cuando ve llegar un hilo, insomne porque huyo de la linea.

Pero para ti y para mi eso no tiene importancia.

Yo te seguiré voluntad, a cualquier destino.



Guillermo Isaac Paredes Mattos

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