jueves, 11 de febrero de 2010

Los Clanes de la Muerte

IV


Fuì roedor veneciano de quimericos abrevaderos
los astros dejaron en mi pecho su zozobra màs
que toda existencia, vì boreales de contemplaciòn
llevando en sus sueños una lira, una peste
con escrùpulos romànticos, me hice sutil y lleguè
a la providencia sin màs que este cuerpo.

He allì mi frente, imitadora de legañas y ejes,
làpida de sombra entre mi desengaño, lumbre
que rodea escarlatas sin tiempo ni medidas,
faz que circunvala la tierra con un orificio
en las manos.

Por allì cae una palabra.

Generalmente una palabra busca de noche el suicidio,
lo hace de manera sintètica, con una entrada
al santuario y otra al brocal, entre monasterios
de plata y embalajes de verbo, etilicos como
la crueldad del misterio. Sacerdotes de entrañas
buscan circulos y bicicletas allì, catalinas
como porciones de otoño robadas entre primaveras.

Pero antes de mis manos hubo una balsa, un velero
que despiadado empalaba su infancia, con sabidurìa
sacudiendo epitetos de hierba, nociones de pus
y reencarnaciones de etiquetas cientificas,
todas mudas como el alba.

Esa que insinua el instinto encima del tridente
antes que lo apague el aura.



V



Nunca tuve necesidad de un solo pajaro
en mis hemisferios.

Mi espìritu desde antes de la vida
tomò el lugar de ellos.

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