Ciudad de Venus
En memoria de un duende
Es nuestro el ojo del desasimiento, la fronda
en la oscuridad se mueve frìa
y grandiosa.
Como los carniceros
aprendiendo nuevamente
en extraños sacerdotes, todo en tu corazòn
vuelve a los precursores
a los ancestros del aire
al talisman del agua en el poema
o la magia de color pidiendo auxilio.
Antiguas catapultas, nosotros nunca
recogimos abundancia de todo movimiento,
nos atrevimos entre los àrboles
a soñar una caida, incluso aquellos
donde no existìa el tiempo
y el espacio era un lecho
de almidòn rodeado de
sorbiendo estrenos.
Brillos de mortal remordimiento
pues los astros elegìan
cada amanecer por nosotros.
A dònde fuè esa voluntad
que no llegò a la desiciòn, a dònde
esos jeroglìficos de piel
con estatura venenosa.
Cùal de las avenidas
consumiò esa jerarquìa de liquen
la multitud labrada por jeringas
y mùsicas de hibridos terciopelos.
Yescas antiguas, vimos la piedra
del maleficio traicionarse.
La mirada vagò en el desprecio llevando
coronas de supersticiòn,
altares de bolidos,
esa visiòn del momento
en un tormentoso druida.
Y vimos el trance del talento delirando
en sus propios umbrales, una arboleda silenciosa
una ciudad de venus
buscando enfebrecidamente
el miedo de su magia.
Guillermo.
jueves, 18 de febrero de 2010
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