Tenìa una sola voz, para muchas redenciones.
La vocaciòn del arte uniendo la cultura al fruto.
La insolencia del sol con aretes de piedra.
Mi desprecio, aquel que buscò arrancar pedazos
de orgullo en sus escrùpulos.
Cuando el mar doraba de verde el mercurio y algo fatal
y transparente, colgaba venganzas de arena.
Ese fue la naturaleza en mis manos.
Llenò de guarniciones su oquedad de hiel.
Asimilò membranas con el primer estupor
del cisne.
Mi cuerpo de metal, ese animal de apogeos elipticos
y fractales llenos de mimbre.
De ese pudor del sueño entre la muerte.
Un pudor que ensaya y crea en su amanecer
tantas cosas.
Una de ellas es la vida.
Guillermo isaac paredes mattos
sábado, 19 de marzo de 2011
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