viernes, 3 de enero de 2020

El Arbol de Nieve





Las palabras son limites. 
Igual que toda realidad.
-toda realidad es un limite en singular-
Lo extraño puede -a veces- ser el significado 
que las sostiene.
Uno que està emparentado con esa 
realidad y corre paralelo a ella.
Ebrio de balsamos o tinieblas se despliega por esto
que es denominado mundo.
Pido disculpas por este animo peyorativo.
Pido perdòn al texto.

Continuo entonces.
Las palabras son lìmites que llevan significados 
emparentados a la realidad. Significados que 
-en ocasiones- la sostienen.
Ademas son nociones de neologismos.
De autoengaños.
Manadas de prefijos que no encontraron otra cosa.
Quizà su destino era llegar a una playa.
Eso hubiera sido adquirir la experiencia del desierto.
Pero dudo mucho que a un prefijo le sea vital
la experiencia del desierto.

Nosotros. Hombres; la mayoria de las veces solitarios.
Heterodoxos sin motivo alguno. Nihilistas
de planos y algodòn. Nosotros espejismos, caminando por
las calles intentando levitar entre represalias y cantos de
nàufragos, escribimos sobre todo ello.

No escribimos porque no haya quien lo haga.
Prueba mas que fehaciente de la escritura son los libros.
Los periòdicos. Los pròlogos de cualquier iridiscencia
que no es redactada por un hombre.
Lo ultimo no es el caso.
Lo ùltimo podrìa ser el detalle de una uva con zapatos.
O la equidistancia moderna que engarza
un alfiler en un hoja.

El asunto es que las palabras eran y son limites.
Que oigo un nocturno y hay una apariciòn mientras la luz
del dìa arranca la desnudes de los nombres.

Y sin entender muy bien porque
las conduce a un irònico sacrificio entre la claridad.




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