jueves, 23 de enero de 2020

Sólo en Sueños





Aquí el verbo contrasta uno de sus movimientos
en la arena. Surge un relieve. El contraste tiene la 
naturaleza de aquello 
que la realidad incrusta en si misma como una
apariencia. Igual -más o menos- a una
forma.

El mar es azul. Pero no hay mar que no sea azul.
No hay estrella que sirgue.
Ni núcleo que se tense en la albumina con sus racimos
de plástico.

No existe el poema que haya colocado en la lengua
el latido de una hoja. Mitad del corazón escapa en aquello
que escribimos. La otra mitad es un bucle.
La silueta de un pergamino que corre tras un niño.
Tras un otoño de cera con andanadas boreales.
Esas las que arrancan el sueño del polen.
Y seguidamente devoran brazaletes.

Aquí el verbo es opuesto a cualquier animal
y existe en toda aquiescencia eso que pronunciamos
de manera absoluta cuando oprimimos un ala.
Con suavidad.
Quedamente. 
No se puede hacer otra cosa con aquello que suspende
en la brisa a una luciérnaga.
Sólo se puede ser vil.
Llegar a la miseria a diario.
Compararme a mi mismo en ella.

Se puede asímismo ser de leche.
Criar una nutria de noche. Tener miles de vicios
o ser elemental dadas las circunferencias.
Según las estrellas que devoran pero sólo un punto
de esa infinita oscuridad por la noche.

Y los pájaros dormidos en los nidos de los árboles.

Esos pájaros duermen porque saben que sólo en sueños
asisten nuevamente a ello.







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