lunes, 8 de octubre de 2018
Morfologìa - Antropológico de una Ciudad
Ayer observé el mar.
Al hacerlo reparé en que también sucedía
lo contrario.
Debo rectificarme. Ayer el mar y yo observamos
dentro de cada uno.
Había mucha niebla y la niebla siempre está
llena de esferas. Yo lamentablemente soy uno de esos
hombres que no pueden descifrarlas.
Lo único que sé de aquellas esferas tanto como de la
niebla es que residen en el ambar como un velo.
Un hermoso velo que sólo el pensamiento desgarra.
A veces.
Asi nacen las uvas y los racimos.
No había un horizonte pero estaba allí.
Tampoco un hemisferio pero en el mismo se suspendían
los pájaros. Desde el acantilado se veían extraños.
Llenos de misterio.
Ese era el escenario mientras la niebla tocaba sus alas
con un jabón. Con un parpado.
Supuse que era el ideal.
Caminaba por una ciudad que
-según Martín Adan, el cual tenía un alma rusa entonces-
alguna vez estuvo poblada de once mil habitantes.
Ahora tiene muchos más.
En su único puente durante el amanecer pasean las ardillas.
En los jardines aledaños los gatos.
En las veredas más de snob.
Viví aqui cuando todos los hombres tenían alas.
En un tiempo en que los demonios vivían ocultos por un
mágico temor a la poesía. Eso fue y siempre
ha de ser incomprensible.
En las esquinas los angeles devoraban sacerdotes.
En las esquinas filarmònicas y truenos caminaban detrás
de antílopes rosados.
Y todos.
Absolutamente todos.
Oprimían un ángel amarillo en sus bocas.
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