Y existe la intensidad como un símbolo.
La coherencia del azul semejante a un mediodía
estival, en que los naipes desaparecen entre
la saliva de los mánticos.
Existe el musgo y el atardecer.
El nacimiento y la flor en un brillo ancestral.
-algo asi como si un tarot sin naipes mientras
desciende por el verbo-
Se encuentran también el lirio empapado
de la musica del amanecer, semejante
a un pájaro sediento entre abstracciones de nieve.
Se halla el jardín de la conmoción.
El lenguaje de la araña
como una lagartija de racimos
incomparablemente creada sólo para los árboles.
-aquellos que -en lo personal- no tocaré-
Y mientras atardece
los liquidos vuelven al paraje
descifrando en el horizonte la mistica del velo
una mistica que deja de ser profesional
cada tarde y la leyenda de la sepia sacrifica su
espíritu entre estaciones de pelicanos que
silenciosamente doblan las agujas,
el croto del granizo,
el plañido en forma de puntos cardinales
entre rosas se siete caballos junto a los equilibrios.
Están también los tallos del gitano que se
detienen en las anclas. Un capitulo
que desciende como un jaguar
sobre los predicados de la
espuma. Existen las reproducciones y los guijarros
mientras las medusas dejan de unirse en
los platanos y giran hacia un cosmos
por la noche, mientras los molinos
recogen los muertos que hay en
sus aspas.
Y lo hacen desesperadamente.
No saben cómo encontrar en esos cuerpos
de aire las venas.
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