viernes, 23 de enero de 2015

El Grito del Antílope






De formas y libélulas.
De días por donde nos libera la tarde de 
un nucleo de hadas.
De visiones y llamas de agujas entre edificaciones
de parpados.
En el ojo del escorpión y la calle.
Cuando los planetas se abren camino entre la arena
para llegar a un heliotropo.
Entre la descomposición y el frío o un neón nervioso.
En los candiles de las mariposas cuando duermen
entre la lluvia.
En el lirismo de los antropofagos.
Entre las sutilezas del valle al apagar un llama.
Una llama que no siempre proviene del amor.
De una nave desarrollada en luces extranjeras de 
las cuales proviene el fosforo y los trenes.
En la mantis de una rama que ilusionada aún
presiona lo cuchillos.
Entre los lipidos y torbellinos. 

De alientos y cromosomas.
De copos y estaciones donde ondean los nidos.
En las ruletas disecandose en los cabellos
del diluvio.
De los pactos secretos entre las corrientes de aire
y los monoplazas.
De todo lo que sucede en lo alto.
De la paleontología en el país de los cisnes.
En los labios dormidos en algún extraño beso, uno
ebrio de precipicios.
Del jornal de granizo.
Del juició y la demostración o los libros leyendose 
a si mismos debajo de las medusas.
De los tropos en la reencarnación. 
En los forasteros del mundo sin soledad.
En los hologramas del cuarzo.
Del rasgo y la proporcionalidad.
Del puerto encerrado en una doncella, tal vez en otra.
De la palabra y también de la unidad dirigidas
a una mejilla.
En la muertes de araña.
De la piel que se oxida dentro de un 
pensamiento.

De todo eso deja que me nutra, antes que oiga en el
bosque, el grito del antìlope.




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