martes, 13 de noviembre de 2012

Los Magos Infrarrojos






Mi jiròn.
Su calle. El presentimiento de que
vivì como una avenida en sus pasos.
El ave de una ilusiòn con un hombre
dormido en las cadenas y el paso deslumbrado
por el sesgo del òpalo al caer en
una llamarada.

Los lìquidos telèfonos. Su canto infrarrojo
donde acaba una catapulta, los golpes
de la oraciòn y relampaguean
los vortices, como tù al desdecir, aquello
que no logras ver, denominado por
una bandera en automàtico. Imperando en 
el sueño sin quererlo.

Mi pared.
El bastidor de señales que jamàs elegì.
La cuenta en retroceso para el idioma.
El invisible calambre del nervio
al alimetarse de un agujero
en los gusanos.

La furia, no puedo decir que es mìa
porque mi espìritu perteneciò
siempre a ella y existir
fue dedicarme necesariamente
a precisar el ballet
del meridiano,
a morar entre procesos de un templo
en una cabellera de tu corazòn llamado catarsis.

Mi vida. Nada en ella camino independiente
en sus huesos. No me dirigì a mi pelo
ni disfrute del cadaver
cimbreado por el sueño de la tierra.

No fuì biofràfico. No pude hablar de mì.
Ninguna fotografìa de dios fue tomada por 
mis manos.

Yo sòlo pìenso.
Yo soy una nube demagògica.
E intento desgastar mi pronombre
sin que la saciedad pueda
tensarse en èl.

Ese es un miedo. Y sòlo lo asumen
los magos.



Guillermo Paredes Mattos

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