lunes, 5 de noviembre de 2012

La Rosa de la Trascendencia





La Rosa de la Trascendencia
Para qué. Sigo colgando el oceano muy dentro de mis ojos
para no tocarlo.
Abrigando el ondear de un heraldo. Aquel que en la mirada
sólo puede detenerse.
Marcho a los confines para templarme en llamaradas,
pero es el espíritu quien llama.
Uno se detiene mil veces en la sílaba, porque el dolor es perverso
como la linfa entre los dedos.
Y suceden existencias debajo de los barcos, donde los yelmos
reposan, aguardando sus astros.
Y se divide un estro en el sueño, tejiendo péndulos de agua
dentro del desasimiento.
Pero es el arte de un purgatorio la hierba donde el recogimiento
perdura como un manantial de acero.
Ah, mi inicio es tan extraño que no puedo despertar y camino
con botines de nieve en las piernas.
De mis zapatos pudiera cantar y decir, pero sólo son roces
entre huidas de tigres y montañas.
Dame un mar luna, donde nada pueda ser conquistado, una hoja
que no lleve un destino amarillo.
Sepulta el iris y su membrana de cadencia, que el latido huya
lejos del corazón, pero no entre pájaros.
Que no tengan mis pupilas la orilla de aquellas caravanas
que insomnes tejen figuras en el aire.
Y recuerdan en la ráfaga que la tormenta una noche
escapó con la creación de las manos.
Que tenga el eter el motín sagrado en un amanecer
donde son filosos trenes ilusiones.
Y que en las traviesas donde debo descansar mi voluntad
se persiga hasta el principio el anhelo.
Ese que es principe de grutas y cavernas donde sueñan
todos los laberintos
como una ciencia de orillas que dichosas cabalgan entre
las piedras.
Ah, esos caballos han muerto para dar la rosa de la
trascendencia
y ella ha visto un ardiente marchitar en cada suspiro
pereciendo en una idea.
En aquella herida inclinándose entre estelas donde
la inspiración vuelve a elegir su sueño.

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