Amancebados por la bruma, vacilan
los flagelos.
Las manchas crecen ahora, casi anonadadas.
Por huidas que azóranse, encantadas por
desprecios.
Detrás de una, el abedul,
el monasterio incriminando lasceraciones,
pruebas para un silogismo desterrado
en una avenida,
donde cunden resplandores.
Aplanámos agobios, dimos cita a imitaciones
y llanuras, concientes de una chaqueta
caminamos hasta la profanación,
devotos de un animal,
silenciosos como una escultura.
Discrepába. Toda sinaléfa en mi corazón
lo hacía y en mis rusticos emblemas
de la realidad, la razón fue una alegoría
un germen de noche donde la necesidad
era un escolio.
En los abecedarios, repulsivos esbirros
eran hórreos céfiros
dando existencia a los hombres.
A equilibrios de estrépitos.
Y entre músicas ahogadas de brea
lo atroz volvió al nombre.
Guillermo isaac paredes mattos
jueves, 2 de junio de 2011
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no te quiero perder como amigo
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