viernes, 22 de noviembre de 2019
El Piano en los Equinodermos
Han pasado algunos instantes así que me convenzo de que
no he sido creado por esta hoja.
Y las palabras en ella vienen desde lejos.
Las mismas son básicamente extraños habitantes.
Su sombra consta -entre otras cosas- de verbos.
Evito obviedades y dicho sea de paso el viento
desfigura su propio leprosario.
Han pasado instantes que convieronse en círculos.
En algoritmos.
En esporas centrales y en relación a los advenimientos
todo crustáceo tiene tres paraísos.
Un fractal con motor a vapor.
Una sola pupila.
Una inédita nostalgia con panteras azules.
Dos ornitorrincos y un plano territorial con el ladrido
de una foca. Se hallan allí también el nervio de
un pensamiento. ¿Cómo es?
Y además cabe la interrogante:¿ladra una foca?
Hasta donde sabemos una foca aplaude
o escupe.
Los pelícanos quejumbran.
El sustantivo puede dejar de ser un monolítico aro.
La ceniza asciende y luego un juguete amarillo regresa
al sentido del plástico.
Al escrúpulo sin ninguna pirámide.
A la distancia que hay entre mi vida y las cosas.
Todas son subversiones de cualquier manera.
Un todo deseo que baja por una bujía.
Por algo más grisáceo que un
plátano.
Para el árbol hay una tijera de trigo.
Para los dinosaurios he elaborado un rito que espero
sea semejante al que formaban a diario
hace millones de años.
Al día le guardo una dedicatoria.
La misma adquiere una única imagen.
En ella tocan piano los equinodermos.
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