Creo en un futuro de estelas en el presente de una nuca.
En el flanco sobre la desidia importunando a los prólogos
y creo en esa abstracción recorriendo el celaje.
Semejante al poema que nunca es alcanzado.
Recuerdo la impronta sobre lo dorado y sobre el jardín
un pájaro en su graznido alude al polen.
Yo vivía en una cascara entonces y a no ser por los dragones
los recipientes decidían sobre la hermenéutica
adherida a un soplo.
Las mitologías estaban compuestas de hígados.
También de pulmones.
En las corolas de los cráteres el destino arrojaba sus dados
a una cuchara de mantequilla.
Ensenadas de crestas para un relieve que despertaba
de un juicio mientras dios era
posible como el angulo de una mandarina que besa la fiebre.
Comportamientos entre la luz y el recodo donde
los nombres aprendieron que rasgar el velo de la vida
no es sino rasgar el de la muerte.
La incandescencia pasaba con un caracol dormido en la boca
y en la superficie de una serpiente los dirigibles
presenciaban el latido de lo que no puede verse.
Claro. Todo esto no pertenecía a la oscuridad.
Tampoco a las sombras.
Pero en su mágica penumbra despertaban
como hipotenusas elevando un arco en los ojos de un niño.
Y entre las silabas de un teatro griego un galgo es
presionado por alambradas de aluminio.
Probablemente así.
Sólo quizá de esa manera sea devorado por la transparencia.
Tú y yo rodeados de espectros.
Diezmados por cachorros lo sabemos.
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