Aquello es posible.
El mar sobre la orilla arrastrado por un retazo
de polen.
El soplo que vuelve a los racimos
Mi álgebra pura por si acaso.
Enhiesto en la pira de un mito que cede pero nada
más en sueños.
O la idea de que la libertad es celeste igual que
toda renuncia es una provocación.
Una estética con dirigibles que llegan de lejos
como marejadas o trópicos.
Igual que andenes o lúmenes que incandescentes
giran al parpado de una silueta.
Y en las crestas algo inasible desciende
entre silabas propuestas por carbones
diezmadas o
desfigurados por el pubis de un diluvio.
De pronto el celaje
revienta en un aluminio purpura y en toda ocasión
una huella devora orillas de arpas
e ineditas cucharas
ven el movimiento en los asteriscos en un átomo
el viceversa de una cruz que responde a la aurora
con fronteras de barro
con una pálida cita arrancada al cuello
de eso tan doméstico como la luna.
Recodo que desgarra un manantial
en las sienes.
Prólogos de una marejada
en los hilos donde bate un tridente su
flora estomacal o dionisiaca.
Su bronquial estrabismo donde anhelan
los peces un sitio de escamas.
Uno para esos prófugos que debajo del mar.
Que debajo del mar anhelaron la piel
en la superficie de los peces.
Pero no lograron crearla.
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