Siempre he observado la noche.
De alguna forma es semejante a la oscuridad.
Las imágenes danzan en ella sin aguardar la llegada
a la metáfora.
Lo poético es un rasgo apenas.
Una bengala que humedece el silencio en que arcanos
y péndulos se materializan.
Todo es irreal.
Todo es real como un minarete o sinónimo que se tensa.
Los objetos aluden a aquello que no tiene tacto.
Y los pájaros saben que la pisada es una especie de barbarie
de la cual son salvados por las alas.
Eso puede ser muy subjetivo. No sé que piensan
al respecto los pájaros.
El viento es nuevamente una reencarnación.
El primer diluvio que conocí despertó de tu pubis.
Los dioses resisten en una orilla donde los navíos sostienen
lo imposible. La llegada a la brisa es un fleco
y las improntas de un ángulo
crean una paraguas con crónicas de acrílico.
La antorcha en la nieve borra la seguridad de una montaña.
La cresta es un movimiento cuyo devenir embarra
de espuma el espectro de un universo
que refleja en nuestra mirada
determinada consistencia
una cierta consistencia propia de veleros y carne.
De un patio donde la piel elige sus fantasmas.
De una vereda donde de todos los pasos que nos acompañaron
tomamos sólo aquellos que vieron con nosotros
aquello que sostenía la realidad.
Y no era el rostro que ves.
El objeto que ves.
La superficie que ya sea la humedad o el calor devastan.
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