Esta es la memoria.
No es un plástico que oprime un borrador
ni el naipe que cita a un dios que habla de si mismo
como un reflejo celeste o un ignorado alfabeto.
Eso se llama narcicismo.
También posee ya tecnicismos más modernos.
Al final todo es intelectual como un pedazo de oso.
O un luminoso veneno.
No es la afirmación
con la dialéctica de una pantera que elige
el relieve de una flauta.
No es el remanso al final de una herida donde se oye
un gemido que emana de la hierba.
O las superficies donde el enigma es un rayo.
Una barbarie que humedece por la noche latitudes y anclas.
O prototipos de sienes en una burbuja.
Prosas de ladinos estandartes donde
un génesis elabora sobre cuánticas de plastilina
la teoría de una manzana.
Crónica de un horóscopo que en uno de sus minaretes
detiene el flujo de los maleficios.
Algo como la raíz en el aire desfigurada por un corazón
amarillo.
O ese imán que proviene de los suburbios con un puente
de escarcha en sus labios.
Desfigurado por la fiebre de la realidad
o ese torpor que ahoga el espejismo de todo solido en
la distancia.
Más no en su cercania.
De esa tarea se encargan las venas.
Guiadas por fieles oráculos de sangre que
desconocemos.
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