miércoles, 3 de julio de 2019

Constitución Espíritual de mi Perro





Mi perro no piensa en el paraíso.
Desde su llegada nada me hace creer incluso que
haya sido conducido a la reflexión.

-¿Es la reflexión una suma de reflejos?-

Mi perro no medita ni meditará jamás en
veleros magnéticos.
No me interrogará por las cucharas que yerran
en el aire o por las mandarinas empecinadas
en crear lo sideral entre la brisa.

Mi perro es un animal que nunca necesitará 
un trineo aunque a lo mejor una mañana aparece
arrastrando con su hocico uno.

El no tendrá una construcción edípica
en su corazón como la que posee el mío.
El mío se diferencia del suyo porque tiene
una o dos manzanas más suspendidas
en mi boca.

Sus ojos a veces tienen la evocación de una flor.
Pero no la de Pascal.

Es aquiescente.
Lleno de ídolos que generalmente agitan el sodio
en sus cucharas.

Mi perro es un hombre solitario que hace las 
cosas.

El va a los mercados de manera aquiescente
y pregona con muchas cavidades
que toda narración es un planeta en la aurora.

No le interesa crear pero lo hace porque ello
está más allá de sus fuerzas.

Y yo

-sin que me vea-

A veces leo en sus cosas.


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