Recuerdo la vocal del paradero.
La narración de una efigie.
Esa dinámica cuyas galaxias
se exterminan sobredimensionadas
por el brillo.
Por un jardín de barníz
y pulsos botánicos.
Recuerdo. Una imagen de escribas
ayunando.
El puerto de un anciano.
Ese tropel de la providencia en la
escama. También auras, lo hago
para confirmar
que antes de toda sentencia en ellas
vivió un tuerto.
Uno que jamás pudo dormir.
Uno que a voluntad del hado y espejismos,
descifró sólo un ángulo.
Lo recuerdo sobre todo por mí.
Por mis pOcas y tanTas palabras.
Por ese barco paseando alrededor de su cabeza.
No sé si sigue cubriendo vueltas.
Si gira aún como un torno.
Procaz cual liendre acompañada
de una gripe.
Mortal como la mestruación o
la experiencia.
Lápidas de graznidos sobre la
compulsión.
Nordicas epilepsias redondeando la
faena de mi fé.
Me veo tan lejano de esa estrella
que debería caer de la tierra, perderme
de toda gravedad, pero recuerdo.
Recuérdome sinóptico.
Hecho sin espacios de verbo.
Con una rima de catalinas donde la rima
sesgaba su frecuencia.
Con la mimesis borrosa de los acertijos
escribiéndo que el hombre al dormir
es otro tipo de amenaza.
Antiguedad de voliciones.
La mitología conoce en el manantial
otro cuerpo.
Y ese cuerpo irradia
un equilatero latrocinio,
la formación de una puerta
que nada atraviesa.
Pero éste poema habló
de algún tuerto.
Y al mirarlo sus ojos no pueden
engañarme.
El en secreto lo hace.
martes, 2 de agosto de 2011
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