Teatro Marginal y Mistico
Me trasladè hasta un lugar donde la ciudad
dejaba de componer sobre los làtigos y se involucraba
con entrañas màs pacientes en las lamparas
o las longitudes de paìses misticos,
colmados de raices.
Caminè obsecadamente -igual que un tropo- a cada
instante, estrellandome contra aquello que conozco y
desconozco. Conocì hasta tocar la media y el alabastro.
Escribì en esas imagenes de los suburbios que
empezaban a edificarse: no eran los que
estaban en esta mochila.
Vì la grua arrastrar el cuerpo y el auto.
A lo virginal encender una uva. Recordè en el hilo
los margenes donde algunos azulejos adquieren
los ojos de los dirigibles. Las palabras
de los hipodromos.
Pensè en la nieve hasta que alguien la tomò
del cuello, igual que ayer cuando terminaba la noche
y las existencias de los adioses empezaban.
Creì en la temperatura del sol detràs de la niebla.
Poseido y extraño como una melena
que deja una silaba en el zocalo, en las libelulas
con siluetas de magnesio y galeones que aùn envuelven
extrañamente sus desamparos.
Me detuve ante el mundo, tambièn de manera
maligna, colocando en las paredes terminos que
se convertìan en espectros de yodo.
Ello, era una cosa que aprendì entre lo sobrenatural
mientras los rìos se convertìan en serpientes.
Lo sobrenatural -hay que decir- es una especie
de pulso.
Un latido que parece caer sobre el pavimento.
Pero no.
Algo semejante a la desesperaciòn lo sostiene.
Y eso se convierte esta noche en nada màs que otra
paràdoja.
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